15/6/22

Las herramientas del lenguaje



Como esas herramientas de los talleres rigurosamente ordenadas en la pared, las palabras cuelgan sin orden, o con un orden misterioso, en el inmenso muro blanco de nuestra mente.

Unas están cerca, a la mano, otras anidan en discretos rincones. Otras están ocultas, veladas. Unas brillan, relucientes, otras crían óxido de años. Unas aprietan, retuercen, remachan ideas. Otras las calibran, las nivelan, las engrasan. Otras incluso las echan a perder, las mutilan, las trasroscan, las desalman.

Hay herramientas lejanas, perdidas casi en el muro, que pueden ser valiosas para trabajar mejor que ninguna otra ciertas sensaciones nuevas. Hay herramientas tan gastadas por el uso continuo que ya no cumplen apenas su función, adocenan los mensajes, los esterilizan. Hay veces, sin embargo, que es hermoso emplear de forma coordinada varias al mismo tiempo, escogidas de zonas muy distantes —destinadas habitualmente a muy otros usos—, un manómetro, unas pinzas para las cejas, una lija de 150, un abanico japonés..., para que se produzcan resultados sorprendentes, inauditos, de un gran fuerza emocional: poesía. 

Las herramientas están en permanente movimiento en su ilimitado panel y su número va creciendo con la edad y las necesidades del operario. Al principio del todo, en el aprendizaje, es solo un pequeño corcho con cuatro o cinco útiles básicos, pero sumamente importantes: SÍ, NO, MÁS, YA, TÚ, MÍO, AGUA... Luego, poco a poco, se van incorporando otros instrumentos, que no solo sirven para nombrar cosas o acciones, sino para manipularlas, afinarlas, endurecerlas, colorearlas... Todo operario puede alcanzar el grado de oficial tras haber pasado con éxito el largo periodo de aprendiz, en el que muchos se estancan para siempre. El oficial es limpio, ordenado, eficaz, y honrado, aunque algunos aprenden a hacer un uso indigno y sumamente cuestionable de la herramienta verbal, cosa también muy valorada en determinados ámbitos políticos y comerciales. La maestría exige superar un nivel de integridad personal muy estricto y demostrar altas capacidades para expresar y organizar todo un sistema de significantes elaborado y complejo, pero también en este campo han surgido siempre pretendidos maestros especializados en aparentar un conocimiento de las herramientas que no poseen o, lo que es peor, maestros de verdad que, disponiendo de dichas capacidades, se venden al mejor postor, sin importarles el contenido ni el propósito de sus trabajos.

Los catálogos de herramientas se llaman diccionarios.


2 comentarios:

por Miguel Ángel Mendo

Reflexiones y ocurrencias sobre el idioma (español).