“La amenaza es más fuerte que su ejecución” (Aron Nimzowitsch, campeón de ajedrez)
Es un lujo que en castellano exista un verbo muy antiguo (y aún tan vivo) para expresar de manera clara y sintética el hecho de “...levantar el braço con ademán de querer descargar golpe para herir y no ponerlo en execución”, según explica el Diccionario de Covarrubias de 1611. O sea, el verbo amagar, que, según él mismo, procede eltimológicamente del latín manu agere: mover la mano. Y me llama la atención con ese exacto significado, porque ya sé que amagar también tiene otras acepciones, que seguramente son derivaciones de esta. En catalán, por ejemplo, significa “esconder”, desde siempre. Y, por supuesto, “amagar con...”, en castellano, quiere decir “hacer ademán de...”, “amenazar con...” pudiendo unirse a cualquier verbo imaginable, lo que al final es una actitud o un gesto tan universal y tan básico que seguro que la mayoría de las lenguas tienen una palabra, o más, para ello.
Adonde quiero llegar es a la palabra ‘amagado-a’, el participio de amagar, que define al ser (persona o animal) que está sufriendo un amago. Esto es lo que más me impresiona. Que exista un idioma que cuenta con un vocablo por todos conocido capaz de nombrar el estado del que está amagado.
Porque sí, estrictamente, el estado de amagado es, en efecto, el de quien se siente amenazado, pero amenazado de un modo muy concreto: con la necesidad de protegerse de un golpe que se le está viniendo encima. Tiene, es verdad, un paralelismo con amenazado, la gran diferencia es de cariz emocional: el golpe, en este caso, no solo es inminente, sino aparentemente inexorable, y el miedo está muy presente. Hay que protegerse YA. Es el estado del que casi está sintiendo el golpe por adelantado, sin necesidad de que llegue a descargarse. Un “sí pero no”, y un “no pero sí” un tanto angustioso que mantiene a la víctima en vilo, humillado y sin poder acabar de recomponerse, con la bofetada rondando sobre su cabeza como un moscardón.
La gran diferencia entre amenazado y amagado es que este último tiene unas connotaciones mucho más tristes de infamia, de ultraje, de sometimiento. Algo muy en consonancia con la inconfundible y picaresca impotencia nacional.
Yo creo que esta es la palabra que mejor y con más ironía puede expresar cómo es el específico sentimiento de miedo al que nos tiene sometidos el sistema. Dicho en castizo: cada día estamos más amagados.

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