3/4/23

Género femenino arquetípico

 



El griego tiene muchos substantivos abstractos y da la posibilidad 
de formar nuevas palabras para expresar nuevas ideas.
Andrea Marcolongo

Un idioma será más rico a la hora de facilitar el desarrollo de ideas filosóficas, es decir, de comprender y explicar el mundo, en tanto en cuanto disponga de un mayor número de vocablos capaces, no solo de definir objetos y de narrar y dar detalle de acontecimientos concretos, sino de producir ideas generalizadoras, globalizadoras, conceptos con un más elevado nivel de abstracción, muy por encima de la acción. En español, la palabra ‘belleza’ expresa una cualidad perceptiva (por lo tanto un sentimiento) acerca de algo que nos resulta agradable de ver, fundamentalmente. En ese ‘nos’ de la frase anterior está la clave de la trascendencia que perseguimos los humanos para intentar pensar, en sentido filosófico. Para el diccionario de la RAE, trascender, en su cuarta acepción, significa “estar o ir más allá de algo”. Es decir, necesitamos trascender nuestra subjetividad, ir más allá de lo que percibimos como individuos, tratar de entender y de explicar qué sucede a nivel colectivo, y más allá de los límites del espacio y el tiempo en el que están sucediendo las cosas. Necesitamos establecer juicios globales, reflexiones que puedan comprender y explicar la realidad más allá de nuestra visión subjetiva. El propio Diccionario de la RAE, en la sexta acepción, lo explica claramente, citando a Kant. Trascender: “6. En el sistema kantiano, traspasar los límites de la experiencia posible.”

Para ello son precisos los poetas, los filósofos, los literatos. Hay que seguir “creando” conceptos. Los idiomas están vivos, y son como redes de conceptos que superponemos a la realidad, mapas que intentan describir el inconmensurable territorio del Universo, más detallados cuanto más afinadas sean nuestras percepciones y nuestra sensibilidad. Así un día se llegarán a levantar mapas de emociones, de cualidades y de atributos y de estados del alma... 

Por eso es absolutamente necesario disponer de esas herramientas generalistas, de esas palabras que tratan de darle nombre a las abstracciones, sin las cuales son imposibles las más básicas reflexiones acerca de la realidad. Si se han dicho y escrito, y si aún se deberán escribir tantas cosas sobre lo que es bello o no bello, más allá de las emociones individuales que produzcan un rostro, un paisaje o un objeto, es porque desde siempre los humanos hemos intentado trascender la experiencia particular posible. Siempre hemos ansiado establecer reflexiones que intenten definir la experiencia global o las características que posee lo bello más allá de las valoraciones personales, para ampliar el conocimiento acumulado acerca de ese concepto abstracto y sensible que denominamos ‘belleza’. Que, por cierto, ha nacido en un momento determinado de nuestra historia, y cuyo significante ha sufrido modificaciones a lo largo de los siglos hasta llegar a su forma actual.


Palabras más que definitorias

Han de ser palabras que, como hemos dicho, tengan la intención de contener no solo la enunciación o nominación consensuada de algún objeto del mundo que nos rodea —por ejemplo árbol, o mesa—, o de una acción —por ejemplo agarrar, dormir—, requisitos básicos e ineludibles para la conformación de un idioma, sino la expresión de una emoción, un sentimiento o una valoración con pretensiones de que sean asumidas por la colectividad de los hablantes, aunque, por ello mismo, por la dificultad que conlleva una tarea así, su significado profundo necesite e incluso exija ser permanentemente cuestionado. Ni la belleza, ni la justicia, ni siquiera la velocidad como concepto pueden definirse aún desde una supuesta e imposible objetividad.

Ya hace mucho que me sorprendió —viendo una película japonesa con subtítulos en español— el hecho de que, al parecer, todos los idiomas del mundo poseen un vocabulario capaz de expresar una mayoría de conceptos similares —lo que me permitía entender la trama de la película japonesa—. Se apenan o se preocupan en lo fundamental por los mismos problemas, se alegran por las mismas emociones..., independientemente de que en otros ámbitos específicos de su cultura, seguramente también importantes, que la antropología diferencial trata de estudiar, dispongan de valores y tradiciones muy diferentes. Sin embargo, por más coincidencias que existan, hay que afirmar taxativamente que en ningún idioma, o incluso en ninguno de los diferentes dialectos de un idioma, hay conceptos que puedan expresar exactamente lo mismo. En cada lengua, la etimología de cada palabra, su composición semántica, los sonidos de los fonemas que la componen, etc... expresan una inmensa variedad de matices diferentes. Y también hay idiomas que destacan un tipo de belleza u otra, o manifestaciones de la belleza que se recogen en un idioma pero no en otros (1). Por eso es tan importante que no desaparezca ninguno, porque con cada idioma que se extingue se pierden también infinidad de formas de percibir y de sentir el mundo. Pero además, y por último, ni siquiera la misma palabra del mismo idioma significa exactamente lo mismo para cada usuario de ese idioma. Las palabras no son ni podrán conformar nunca enunciados objetivos, como quería el primer Wittgenstein, intentando que solo pudiesen expresarse oraciones semánticamente biunívocas, como si fuesen ecuaciones matemáticas. 

Pues bien, en el siguiente artículo pretendo aproximarme a demostrar que esta categoría de vocablos capaces de trascender los géneros tradicionales y la acción en el espacio-tiempo, esta categoría que ansía alcanzar lo arquetípico (e ir acercándose al nivel de lo arcánico), es originariamente de un especial género femenino, género que debería tener un nombre. ¿Género femenino esencial? ¿Género femenino arquetípico? Es curioso que, por ejemplo en inglés, este tipo de términos globales, además de no poseer género, ni siquiera necesitan de artículo determinado: Beauty is subjective. La belleza es subjetiva. Literalmente: Belleza es subjetiva. Con ello se le da más importancia a la amplitud del concepto, y se hace honor a la idea de que estamos ante una clase de palabras que, como en español, rechazan por principio ser indeterminadas (¿una belleza?) por representar abstracciones, pero que además en inglés, para no perder su carácter universal, tampoco pueden llevar artículo determinado (The beauty... of Salomé sería ya UN tipo de belleza particular). Lo cual manifiesta que pertenecen a la categoría del máximo nivel de abstracción. Al Olimpo (2) de las palabras, como me gusta decir. 


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(1) Recuerdo a mi amigo Jesús Aparicio, cuando, entusiasmado, descubrió que había una expresión en griego clásico para nombrar “la belleza en cuanto a los brazos”. No puedo repetir la expresión porque la olvidé y, desgraciadamente, nunca he estudiado griego clásico.
(2) Aunque es una pura contradicción, pues las Diosas y los Titanes fueron derrotados por los Dioses del Olimpo. Sería un hipotético Olimpo de las Diosas, Olimpo femenino.

15/3/23

(1) Sobre lenguaje y sexismo


Antes de entrar, bisturí en mano, a retocar y recomponer el idioma a nuestra satisfacción y con cierta pretensión de omnipotencia (la que solemos adoptar como pequeños demócratas en tanto que “usuarios con derechos” en casi todas las actividades donde nos dejan figurar), deberíamos sospechar al menos que cosas tan antiguas y tan importantes como la lengua esconden en su seno, en su estructura, su propia coherencia y consistencia. Una estructura tan compleja y tan esencial en la configuración primigenia e histórica de eso que hemos dado en llamar la Humanidad, con potentes anclajes arcánicos y genéticos pre-natales [1], no debería ser manipulada así como así, por ninguna decisión de grupo de presión, de comité, académica o gubernamental. Como sabemos por tristes y malhadadas experiencias que tampoco se puede alterar a capricho o por momentánea conveniencia el equilibrio biológico de un ecosistema, o sea el manoseado tema de la inoculación de mixomatosis contra el exceso de conejos, la repoblación lucrativa de eucaliptos, o la invasión descontrolada del cangrejo de río.

Más bien habría que buscar las leyes lógicas que sin duda rigen de modo autónomo los fundamentos de una estructura tan profundamente anclada en nuestro funcionamiento pensante, tan compleja, y en el fondo tan difícil de manipular como es la lengua.

Así, yendo a la cuestión, me atrevo a plantear que quizá la tan discutida norma de que en español, “en los sustantivos que designan seres animados, el masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos” [2], puede que tenga su razón de ser dentro de la estructura interna de nuestra lengua, más allá de la influencia o imposición de una lógica, una moral y una estética patriarcal que, indudablemente, han existido y aún existen en nuestra sociedad, pero en todo caso incapaz de alterar de un modo tan radical cualquiera de sus fundamentos estructurales.

Veámoslo. 

Y el tema del género, en nuestra lengua, pertenece a esa categoría de elemento sistémico fundamental. Tomo cualquier noticia del diario El País de hoy (“La reforma sanitaria de Obama llega al Tribunal Supremo”), y extraigo un fragmento al azar: “El sistema propuesto por Obama descansa en el principio de que los sanos comparten gastos con los enfermos ante la probabilidad altísima de que los primeros también necesitarán algún día asistencia sanitaria.” Está claro que sería totalmente inoperante, farragoso, absurdo, y sobre todo impracticable, tener que definir los géneros de todos los términos actuantes en un nivel de abstracción en el que todavía no se necesita particularizar.

Lo femenino como categoría de lo arquetípico
Es evidente que al hablar, en nuestro cerebro se establecen oposiciones significativas en diferentes grados de abstracción. Mi hipótesis es que en un nivel de abstracción superior a aquel en que se produce la necesidad de diferenciación de identidad sexual, en un plano de significación más allá del uso de los sujetos particulares, e incluso de la acción, está dispuesto desde tiempos inmemoriales que aquello que corresponde al establecimiento de la máxima categoría, al concepto global, tendría el género femenino como norma, en tanto que lo particular, lo concreto, lo específico (el espécimen) de cualquiera de estas categorías se expresaría de forma aún indefinida en género masculino. Algo así como la distinción que podríamos percibir entre la geometría/el círculo, la pintura/el trazo, la acción/el hecho.

No sé si esta ley (que planteo como hipótesis) puede ser aplicada a otros idiomas, o incluso, en sus orígenes, al lenguaje hablado en general (el problema me supera y me produce vértigo), pero en español se puede observar en un altamente significativo número de casos. Es muy visible con respecto al femenino como asunción de la categoría abstracta superior.

Incluye prácticamente todas las Ciencias clásicas y no tan clásicas, así como sus múltiples ramas: la física (la mecánica, la termodinámica, la f. cuántica, la astronomía…), la biología (la citología, la histología, la anatomía, la bioquímica, la fisiología…), la filosofía (la lógica, la ética, la estética, la metafísica…), la retórica, la geografía, la matemática, la química, la medicina, la geología, la antropología, la economía… Hasta las más modernas: la numismática, la egiptología, la estadística, la epistemología, la genética, la informática… Y entre ellas, sin excepción, aquellas conformadas por sufijos del tipo: -METRÍA, -LOGÍA, -GRAFÍA, -LATRÍA, -TROPÍA, -SOFÍA, -NOMÍA

Las Artes: la poesía o la poética, la música, la pintura, la arquitectura, la literatura, la escultura, la dramática o dramaturgia (el teatro es el lugar donde se desarrolla), la retórica, la fotografía, la cinematografía…

Instituciones
políticas y sociales: la administración, la organización, la educación (la instrucción, la enseñanza, la tutoría, la didáctica, la pedagogía, la docencia, la divulgación…), la cultura, la sanidad, la universidad, la banca, la religión, la legislación, la judicatura, la policía, la milicia…

Formas de gobierno
: la aristocracia, la monarquía, la república, la teocracia, la tiranía, la anarquía, la oligarquía, la democracia…

Emociones humanas
, categorías de estados, de cualidades y sentimientos arquetípicos, de potencialidades…, (incluidos los clásicos pecados y las virtudes: la envidia, la lujuria, la ira… la prudencia, la justicia, la templanza…), la tristeza, la paciencia, la angustia, la esperanza, la melancolía, la fe, la vergüenza, la disciplina, la apatía, la serenidad, la camaradería…, conceptos globalizadores conformados por:
·   Los más de 1.700 términos diversísimos acabados en -ÍA o en -IA y relacionados con todo tipo de sustantivos y adjetivos: la villanía, la falacia, la miseria, la poligamia, la enciclopedia, la comedia, la alegría, nombres de territorios y países: Galicia, Iberia, Alemania, Hungría, Eslovaquia… Desglosándolos, se incluyen en esta lista todos los acabados en -ICIA (nombres abstractos y de cualidad o de acción): la pericia, la codicia, la estulticia; más los que dan idea de colectivo acabados en -LIA : la familia, la Biblia (conjunto de libros), la filatelia…; más los 721 terminados en -ERÍA, formante de nombres abstractos de abundancia, cualidad, conjunto o lugar donde está, se hace o se vende: la palabrería, la galantería, la conserjería… y los establecimientos públicos: la zapatería, la carpintería, la cafetería…); más los que llevan el sufijo -NCIA (532) para formar nombres de acción o de actitud: la abstinencia, la agencia, la anuencia, la benevolencia, la docencia, la elegancia, la apariencia, la insolencia, la procedencia, la violencia, la distancia…, cargo o dignidad: la presidencia, la regencia…, o nombres de cualidad: la prudencia, la correspondencia, la vivencia…; o acabados en -ANZA (127): la confianza, la enseñanza..., o de conjunto: la mezcolanza.
·   Los más de 1.000 acabados en -AD, para categorización de nombres y adjetivos: la normalidad, la ebriedad, la amistad, la bondad y la maldad, la verdad… la dificultad, la libertad, la potestad…
·   Los más de 400 acabados en -EZ o en -EZA:  la absurdez, la rigidez, la grandeza… (genéricos de adjetivos)
·   Los  numerosísimos nombres de acción (es decir, en relación con la categorización de verbos), terminados en el sufijo -IÓN (2.600): la cicatrización, la consolidación, la alimentación, la penalización, la composición, la estabilización… Entre ellos los términos de dignidad o cargo, designando impersonalmente a quienes los desempeñan: la inspección, la representación, la dirección, la legación, o lugar donde se realiza determinada actividad: la fundición…
·   Más de 800 términos acabados en -URA ­con el que se forman artes, actividades prototípicas, formas organizativas, cualidades: la pintura, la agricultura, la hermosura, la estructura…; nombres genéricos de cosa hecha: la confitura; o de utilidad… la abreviatura, la envoltura…; globales de verbos: la andadura, la añadidura, la hechura…, nombres de efecto, de utensilio, de residuos, o de verbos hipotéticos: la metedura, la barredura, la botonadura.
·   Terminados en -ADA : ­sufijo de más de 1.000 nombres autónomos (no participios) de categorización de nombres de abundancia o de contenido con plenitud: la cucharada, la panzada, la riada. A veces, con significado despectivo: la alcaldada, la judiada, la trastada. Nombres con la idea de conjunto, composición o ampliación: la vacada, la llamarada. De comida genérica: la ensalada, la fritada, la limonada. De periodo: la temporada, la otoñada, la invernada.
·   -MENTA o -MIENTA: ­nombres que designan conjunto o clase: la vestimenta, la cornamenta, la impedimenta, la herramienta…
·  Acabados en -DURÍA, nombres de acción, de lugar en que se hace, de empleo...: la pagaduría, la teneduría, la curtiduría, la freiduría...
·   -INA : nombres de relación: la marina, la rutina, la disciplina (de discípulo)..., o que equivalen a serialidad: la cachetina, la azotaina, la degollina...; o de insistencia o intensidad: la regañina, la corajina…
·   Los nombres del lugar en que existe, se produce o se guarda la cosa expresada por el nombre primitivo, terminados en -ERA : la cantera, la escollera, la almagrera, la calera, la carbonera, la lechera, y nombres de conjunto: la sesera. (Estos, aunque tienen un más bajo nivel de categorización, son referencias de globalidad en su ámbito de concreción.)

Esto es sólo ateniéndonos a la formación de sustantivos femeninos mediante los sufijos que hemos visto y otros que aún no he rastreado. Pero hay toda una inmensa nube de términos dispersa a lo largo y ancho del diccionario que poseen ese grado de abstracción y que no necesitan este tipo de desinencias adaptativas: la fe, la luz, la guerra, 
la paz, la vida, la muerte, la salud, la calma, la fuerza...
 

En fin, sería interminable. Pero todas ellas con esa característica común de constituir globalidades, estamentos, ámbitos, estados, elementos contenedores, amplificados o seriados, y de forma abstracta, impersonal, no particularizada.

Como muestra significativa, reforzadora de esta hipótesis, el DUE [3], el prestigioso diccionario María Moliner, para clasificar las entradas y, en su versión digital, para las búsquedas avanzadas, utiliza siete grandes categorías, con sus diferentes subcategorías: etimología, geografía, especialidad, categoría gramatical, registro y valoración y otras categorías. La categoría "especialidad", es decir, el inventario de referencias que indican a qué ámbito de la actividad humana o de los saberes pertenece cada palabra (si cabe ser incluida en alguna de ellas) y que aparecen señaladas al principio de la definición con sus correspondientes abreviaturas, contiene exactamente este listado:
aeronáutica, agricultura, apicultura, arquitectura, artes gráficas, astrología, biología (biología, botánica, zoología), cantería, carpintería, caza (caza, cetrería), cinematografía, construcción, deportes (equitación, esgrima), derecho, dibujo, economía, escultura, farmacia, filosofía, física (astronomía, electricidad/electrónica, óptica), fortificación, fotografía, geología (geología, mineralogía), heráldica, informática, lingüística (fonética/fonología, gramática), literatura (literatura, métrica), lógica, marina, matemáticas (matemáticas, geometría), medicina (anatomía, cirugía, fisiología, psicología/psiquiatría), metalurgia, meteorología, milicia (milicia, artillería), minería, mitología, música, pintura, química, radiodifusión, tauromaquia, televisión, teología, topografía, veterinaria.
Pues bien, excepto tres (deportes, derecho y dibujo), las 63 categorías restantes son del género femenino. Deportes es un mero listado de competiciones deportivas (supongo que hubo académicos que practicaban apasionadamente equitación y esgrima), sin significar una real conceptualización. Y en realidad derecho podría o debería quizá ser sustituido por justicia, jurisprudencia o legislación. Y dibujo por gráfica o ilustración, que son más genéricas.

Lo masculino como agente y oficiante

Así, sostengo que se trata de una ley pre-gramatical tan netamente establecida en nuestra estructura lingüística y oratoria que si tuviéramos que inventar el nombre abstracto referido a la desconocida (e inexistente) acción de ‘somilar’, por ejemplo (verbo inventado), o a ‘el somilo’ y ‘la somila’ como nombres propios, o a ‘somil’ como adjetivo, diríamos seguramente la somilación (acto), y la somilatura (actividad), la somilez (cualidad), la somilancia o somilanza (efecto), la somilía o la somilidad (cualidad, esencia) o la somiladuría (lugar de actividad), la somilada (de abundancia o de temporada) o la somilera (almacén o recipiente).
Aquí viene la parte espinosa. Porque se puede argüir que también disponemos de formas de conceptualización en masculino: el somilamiento, el somilor, y en un grado mucho menos relevante, el somilado (dignidad o jurisdición), el somilio (lugar de ejercicio), el somilaje (de ponderación y acumulación)…


Lo que sucede es que los nombres de acción en masculino, fundamentalmente los que terminan en -MIENTO (más de 1.200), más que expresar un concepto genérico, fijo y permanente, global e inalcanzable (como sucede con los términos femeninos), representan un proceso, es decir, la expresión pura de la actividad que indica el verbo del que proceden. Están en un nivel de abstracción más próximo al de la acción, impregnados de su dinamismo en razón de su mayor cercanía al momento en que transcurre el hecho o el suceso que se cuenta. Para mí son una especie de “cristalización” o representación nominal del gerundio.
Se percibe muy bien esta diferencia cuando estudiamos casos en que disponemos de las dos variantes, la masculina y la femenina. Por ejemplo:

el poblamiento – la población
El poblamiento es la acción de poblar un lugar específico, mientras que la población es el acto genérico de poblar, en abstracto, aunque después haya derivado también a significar lugar ya poblado, en todo caso lejano ya en el tiempo a la acción, o mejor dicho, independiente de ella.
el recibimiento – la recepción
Aquí sucede algo semejante. El primero hace referencia a un proceso, en cambio la segunda es ya un concepto puro, que más modernamente, como sustantivo más terrenal, significa una acción acabada (una vez que se haya recibido lo que sea), o una dependencia, o una ceremonia, o una fiesta de etiqueta.
el profanamiento – la profanación
Ídem. Profanamiento es el acto, profanación la noción en toda su potencia. Hay en la segunda una mayor abstracción.

Donde más claramente se comprueba es en:
el (a)justiciamiento – la justicia
Justiciamiento y justiciar son términos antiguos que todavía se usan en Latinoamérica.

¿Pero qué decir de otros lemas aparentemente autónomos y sin formas categóricas superiores que aparecen en masculino, como por ejemplo el pensamiento? No tenemos en castellano una palabra femenina para el concepto prototípico contenedor del ‘pensar’. Así y todo, ‘el pensamiento’, aunque también se utilice corrientemente como representación autónoma e impersonal de la idea, (como en “el pensamiento occidental”), mantiene en su sonido las características subjetivas y contingentes, las connotaciones de dinamismo que evoca el sufijo -miento. El francés sí tiene ese nombre abstracto femenino (la pensée), y rebuscando, he encontrado que en sefardí ‘el pensamiento’ se dice la pensada: “Sus ovras orientaron la evolusion de la pensada en el Oksidente” (hablando de Avisena, Farabi, Averroes y otros filósofos) [4]. Luego, es más que probable que en castellano antiguo se utilizase también la pensada, aunque no sabemos por qué ha desaparecido.

(continúa en la entrada siguiente)


[1] Chomsky postulaba la existencia de un dispositivo cerebral innato (el "órgano del lenguaje"), que permite aprender y utilizar el lenguaje de forma casi instintiva. Comprobó además que los principios generales abstractos de la gramática son universales en la especie humana y postuló la existencia de una Gramática Universal. (Wikipedia)
[2] Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española (2005) Diccionario panhispánico de dudas, Espasa Calpe, Madrid
[3] Diccionario de Uso del Español. Edición electrónica. (Versión 2.14.1) Si no especifico otra cosa, todas las referencias gramaticales las he sacado de él.
[4] http://www.esefarad.com/?p=20080 

14/3/23

(y 2) Sobre lenguaje y sexismo

Lo mismo podríamos decir de el nacimiento. Su nombre indica proceso, aunque se use de forma mucho más genérica, pues no existe equivalencia superior en femenino (‘natalidad’ se emplea en el sentido de “estadística de nacimientos”, y ‘Natividad’ “se aplica ese nombre solamente a los de Jesucristo, la Virgen y San Juan Bautista”). Sin embargo yo recuerdo que en Extremadura, siendo niño, alguien me preguntó que de dónde era yo de nación. Español, dije. Pero no era eso lo que me preguntaban sino en qué ciudad había nacido. Me quedé perplejo. Lo acabo de encontrar en el DUE: “De nación (pop.). ­De nacimiento”.

Buscando el error. (Ay, amor)

Utilizando el método matemático de rastrear y localizar el error a la hora de aplicar la hipótesis, para rechazarla, he buscado someramente algunos casos especialmente llamativos. La tarea sería casi infinita.* Pero me ha traído loco (especialmente) la palabra amor, término masculino, pues por más vueltas que le daba no encontraba uno de nivel superior en femenino. Los sustantivos terminados en -OR, A (ni más ni menos que 2.446) no tienen mayor problema: son la mayoría flexivos (con masculino y femenino), de nombres de actor o instrumento: el comprador,  el tractor, la desgranadora…  O de cualidad, desde adjetivos: el amargor… Más complicadas me parecían aquellas pocas que no tienen la posibilidad de declinarse en femenino: el dolor, el valor, el candor, el color…, pero todas las que estudié pude comprobar que tienen su correspondiente grado superior en femenino: la dolencia, la valía, la candidez, la coloración… Algunas de ellas, incluso, poseen los dos géneros sin necesidad de añadir ninguna desinencia: la color, la calor (términos que quizá quieren directamente aportar, o que antiguamente aportaban mayor amplitud al concepto [2]). Pero amar, una idea tan noble, tan importante, tan elevada, ¿cómo no disponía de un concepto primordial en femenino? ¿El masculino el amor era el término de mayor nivel evolutivo y arquetípico? La amabilidad no me servía, porque se relaciona con amable; las artes amatorias tampoco, pues son dos palabras. Tuve que recurrir a la imaginación y escribir en un papel las supuestas formas lógicas (¿regulares, podríamos decir?) para ver si existían en el diccionario. Amar – la amancia, la amalía, la amación… ¡Eureka! Amación sí existe: “f. En mística, pasión amorosa.” Y su definición concuerda tanto con mi hipótesis que ha sido relegada a la inalcanzable mística. [1] 
Pero 'amación' parece estar aún muy ligada a la acción, aunque sea dándole una cualidad mística. Por eso he llegado a la conclusión de que 'amor' sería sencillamente femenino en su origen, al igual que "la calor" o "la color" (antiguamente se decían así ), pues comparten esa fisonomía y por lo tanto esas posibles transformaciones. O "el dolor", "el candor", "el rubor"... que se intuye que pudieron ser antiguamente femeninas (habría que buscarlo). De hecho en portugués el dolor es "a dor", en femenino.
El problema es que como 'amor' empieza por a, aunque no sea una a tónica [**], se crea cacofonía con el artículo ("la amor", "una amor") y por eso se conjugaría en masculino, como "el águila" o "el agua", que son femeninas. Solo que en estos casos no se ha olvidado (todavía) que son femeninas, y en la palabra 'amor' SÍ SE HA OLVIDADO. De tal manera que habría que decir, en puridad, "el amor", sí, pero también "las amores" o "la gran amor".
El ladino es una maravilla porque mantiene vivo en la actualidad el castellano antiguo. Y acabo de ver que en sefardí se dice "las amores". "Esta idea me kuadró, porke me akodri ke en la gazeta France Soir, al tyempo, aviya un foyeton intitulado Les amours celebres (las amores famozas) i entre otras istoryas, pasaron muncho tyempo kon los amores del rey David..." (http://www.esefarad.com/?p=9832). También he encontrado este incunable con el título de: "Historia de las amors e vida del cavaller Paris e de Viana." Impresor: Diego de Gumiel. Barcelona, 1497. Catalán antiguo. (http://www.vgesa.com/vgeinc20.html)

Otros falsos términos genéricos en masculino

En cuanto a el patinaje, el reglaje, el marcaje, el taquillaje y los masculinos terminados en -AJE (más de 250), a pesar de que casi todos son nombres de conjunto (el correaje, el andamiaje…), o de atributos (el almacenaje, el pontaje…), o de lugar (el pasaje, el alunizaje, el paisaje…), algunos pueden llevarnos a equívocos, pues sin ser arquetípicos sino procesales, se utilizan como genéricos del máximo nivel: el aprendizaje, el caudillaje, el vasallaje... Los que provienen del francés (garaje, espionaje, coraje, paisaje…, aunque el dato no tiene nada de descalificador para este estudio), aún me parece más evidente su poca consistencia como conceptos abstractos, o al menos al nivel de sus correspondientes femeninos. Son términos en gran medida instrumentales que por lo general destilan temporalidad, instantaneidad incluso. El más abstracto que he visto, el oleaje, el DUE cita así los verbos que lo rigen: “(«Haber, Levantarse, Moverse») ­m. Movimiento de la superficie del agua con formación de olas.” Además resulta que sí existe una correspondencia de mayor abstracción en femenino: la oleada.

Luego, los terminados en -ISMO, como el costumbrismo o el amiguismo, dice el diccionario que son “de adhesión a doctrina o partido”: el abolicionismo, el comunismo, el franquismo…,  y otros de actitud: el fatalismo, el pesimismo, el pacifismo…, pero a mí me parecen que son todos de adhesión a ese tipo de doctrinas que llamamos convicciones prejuiciosas inquebrantables (a la fatalidad, a la negatividad…). Mejor le iría al mundo si no hubiera muchas palabras de este tipo. El problema es que el DUE contabiliza ¡ni más ni menos que 897!

Los sufijos -ARIO, A (el muestrario, el acuario, la beneficiaria) y -ERO, A (el alfiletero, el cenicero, el petrolero),  dan nombres comunes, pues forman nombres directos de acción, como agentes, de utensilios y de profesión: el funcionario, el anticuario, el arrendatario, el santuario… la zapatera, el recadero, la carbonera, el candelero… , excesivamente pegados a la realidad cotidiana, y en muchos casos ya el mismo el hecho de que puedan ir en masculino o en femenino (embustero, a, hostelero, a) los baja del Olimpo de las categorías puras, pues los convierte en “actuantes”.

Tampoco vamos a detenernos mucho más en los sufijos -ADO (el papado, el rectorado…), y -AL (el instrumental, el lodazal, el matorral...) por razones evidentes. 

Otra forma de conceptualización no femenina de los adjetivos (aunque tampoco masculina como podría parecer, sino neutra) consiste en la utilización del artículo neutro ‘lo’: lo bueno, lo espantoso, lo estúpido… El DUE dice de ‘lo’: “Forma neutra del artículo determinado. Su principal oficio es unirse a los adjetivos para designar el conjunto de cosas a que son aplicables: No se preocupa más que de lo útil” (etc…) Está claro: conjunto. Pero conjunto es un tipo de categoría de bajo nivel, pobre en abstracción, necesariamente contingente.

Es lógico pensar que en la actualidad no todos los conceptos pueden tener una representación verbal en el más elevado nivel de abstracción: eso que me gusta llamar el “Olimpo” de las palabras, reino femenino por excelencia y por definición –antes de que los dioses patriarcales, con Zeus a la cabeza, expulsaran a las primitivas diosas matriarcales (Ishtar - Dana - Lygina - Mari - Rea…)–. Primero porque no todas las acciones, estados o emociones humanas requieren tal forma arquetípica: las más nimias, instrumentales o superficiales desde el punto de vista de lo poético no necesitan ese reflejo mítico en las alturas de nuestro pensamiento (quizá y desgraciadamente por culpa de nuestra vulgar cotidianeidad), y han de enlazarse mentalmente en todo caso con formas expresivas alternativas que sí las poseen. Por ejemplo ‘el elogio’ tendrá que acogerse a ‘la alabanza’; ‘el viaje’ a ‘la andadura’ o a ‘la marcha’; ‘el disimulo’ y ‘el engaño’ a ‘la astucia’, a ‘la diplomacia’ o a ‘la estrategia’, según los casos y los sentidos de lo que se pretenda decir. Segundo, porque, como a mí mismo me ha sucedido en mi propia exploración, hay muchos conceptos femeninos –no digo ya palabras– que desconocemos, que han quedado fuera de uso, o sobre todo que han desparecido (de muchos de ellos, tras tantos siglos de resentimiento patriarcal, ni siquiera hay rastros [2]). Todo lenguaje es pobre, limitado, frío, porque pobre, reducido y falto de pasión es el pensamiento y la sensibilidad del ser humano.

El género femenino como elemento formante
Yendo más lejos, se puede llegar a pensar que el género femenino es el principal elemento formante para el establecimiento de las categorías de máximo nivel de abstracción, para las ideas puras. En nuestra mente, el rasgo de feminidad (adjuntándole los sufijos apropiados) aporta directamente a toda raíz genérica de uso cotidiano, ya sea verbal, nominal o adjetival, connotaciones de rango superior, mítico, cosa que la misma raíz adaptada a lo masculino nunca podrá contener en tan alto grado. Y así, cuando al hablar tenemos que encontrar en milisengundos la idea más arquetípica, menos impregnada de temporalidad y contingencia, el concepto más elevado (moralmente positivo o negativo, eso no importa), dirigimos nuestra búsqueda al hemisferio significante de lo femenino, reduciendo así en un cincuenta por ciento el campo semántico, guiados hacia el mágico chispazo neuronal del encuentro sensitivo-racional en la palabra por territorios de sonidos más abiertos que cerrados, más entes que agentes, más expansivos que restringidos, más inalterables que activos, más Aes que Oes.

De hecho, hay algunos casos que me parecen muy significativos (y creo que son los que dieron origen a este estudio) en los que simplemente si convertimos en femenino un sustantivo, 
sin más, sin necesidad de recurrir a sufijos adaptativos, nos aparece lo genérico, lo colectivo o lo global del concepto: el banco :: la banca; el marino :: la marina; el calvo :: la calva o la calvicie; el músico :: la música ... Al igual que al formar el participio en femenino de muchos verbos: comer :: la comida; beber :: la bebida; pedir :: la pedida; escapar :: la escapada; entrar :: la entrada ... 

De forma complementaria, el ente particular que segrega dicho concepto abstracto, como sujeto particularizado (pero aún genérico), actuante global, terrenal (aunque no personalizado aún), lo que entendemos por el nombre común asociado, tanto en singular como en plural, podemos más cómodamente rastrearlo en la mitad de nuestro corpus léxico correspondiente a lo masculino, y así lo expresamos diferencialmente. Yo propongo que ésa es la razón por la que para el español la norma establece que “el género masculino es la forma no marcada o inclusiva”. O sea, “cuando hay referencias genéricas o colectivas a seres humanos basta el masculino para designar los dos sexos” 
[3], en tanto que el sexo femenino, que es la forma marcada, hay que especificarlo.

La adolescencia – el adolescente
El orden de prevalencia de estas dos formas de conceptualización no nos importa ahora; tal vez haya sido en los orígenes al revés, primero el agente, después la categoría. O quizá, como dice la Biblia para el comienzo del mundo, en el principio fue el verbo. Seguramente: la acción pura. Tanto en  la vida como en el lenguaje. De cualquier modo, para nuestro entendimiento: 

·  1º) A partir del establecimiento de las ideas-categorías, situadas de forma estructural en una escala conceptual superior, y definidas precisamente en cuanto tales por ese género femenino, intemporal, abstracto, el continente por así decir (la infancia, la niñez, la pubertad, la adolescencia, la mocedad, la juventud, la adultez, la madurez, la vejez, la ancianidad, la senectud, la longevidad…),

·
2º) podemos particularizar el agente, la clase, nombrar al individuo inespecífico, referirnos todavía genéricamente (nunca mejor dicho) al ente global emanado de cada categoría, y lo hacemos utilizando por defecto el género masculino (el infante, el niño, el púber, el adolescente, el mozo, el joven, el adulto, el maduro, el viejo, el anciano, el sene, el longevo…),

·
3º) a no ser que nos queramos referir de forma específica a un o unos niños o a una o unas niñas como actores concretos, en un nivel de abstracción aún más bajo, donde ya es necesario utilizar los géneros de identificación sexual.

De tal manera que en el grado de las categorías tenemos el continente (ej.: necesitamos leyes para la protección integral de la niñez), y el contenido global (ej.: debemos denunciar toda vulneración de los derechos del niño). En este nivel el sujeto puede ir también en plural, sin perder por ello ese grado de abstracción (ej.: el derecho a la educación de los niños). En el funcionamiento de nuestro logos, para hablar, seguramente necesitamos este tipo de organización psicolingüística, este tipo de operación mental, sencilla y rápida, para establecer hechos genéricos, no particulares: lo femenino para el continente, el ser, lo inmanente, lo intemporal e indefinido; lo masculino para el estar, el contenido, el modo circunstancial.

Después, cuando necesitamos especificar si se trata de niños o niñas, es decir, para los casos particulares, en un tercer grado de abstracción, tenemos a nuestra disposición los géneros (ej.: las niñas afganas están ávidas de educación), tanto en artículos, como en sustantivos y adjetivos. Aunque, por la norma anterior, para el masculino hay que especificar para no confundir el caso concreto con el nombre colectivo (ej.: la ley del más fuerte importa más a los niños varones).

El continente y el contenido
Todo lo cual concuerda de manera precisa y preciosa con el reparto de cualidades y características que observamos en el universo de lo fenomenológico, en el mundo real, curiosamente compuesto desde sus más pequeños y fundamentales elementos constitutivos (átomos) por dos fuerzas que se oponen y se complementan: el electrón el protón, el – y el +, lo femenino y lo masculino (donde los sexos son sólo un exponente más), el yin y el yang de la filosofía oriental. Lo femenino es receptivo, abierto, ilimitado; lo masculino activo, definido, concreto… 

Permítanme adjuntar unas reflexiones que escribí hace años sobre las vocales, en este caso sobre la A y la O, definidoras en castellano de los dos géneros:   
El sonido de la A hace referencia a lo abierto, a lo grande, a lo total, a lo majestuoso. Y a la sorpresa por el exceso de abundancia, de grandeza. A lo receptivo, a lo acogedor, a lo inmenso. También, en un uso exagerado de palabras con esta vocal nos encontramos con lo excesivamente relajado, lo simple, lo inconcreto. Lo átono. “Quedarse con la boca abierta” es una frase que retrata muy bien esta actitud. El sonido A es claramente femenino. No en vano es la desinencia que, en español, al final de sustantivos y adjetivos, indica el género femenino. Pato/pata. Blanco/blanca. Sin duda, esta diferencia tiene que ver con el sonido A, el más primario y sencillo de todos los que podemos generar con la voz, y de manera francamente amplia, abierta sin límite…
La O produce un sonido oscuro, opaco, bajo, contenido, cerrado, poco sutil, quieto, fuerte. Pero representa de algún modo también el reino de lo cotidiano, lo rotundo (redondo), lo definido, lo objetivable. El objeto, el modo, el proceso. Es claramente un sonido yang, activo, engendrador, realizador, lógico, y complejo. Es el mundo de la realidad, el todo, pero un todo paradójicamente no completo (aunque la O lo crea y obsesivamente así lo vocee), no global, sino acumulativo, agregación de cada una de sus infinitas partes.
En español es un sonido masculino, evidentemente. En oposición a la A, establece el género masculino en la mayoría de sustantivos y adjetivos. [4]
¿Se deberían lamentar las y los correctores y correctoras políticos y políticas, protestarían por el papel que según lo dicho posee lo femenino (ojo: no la mujer, equívoca y habitual identificación) en la conformación del lenguaje del idioma que compartimos? Ni más ni menos que el concepto puro, la esencia del lenguaje, la matriz de los estados, las categorías, los ámbitos y las sedes de todas y cada una de las circunstancias y de las emociones humanas. Es como si actualmente la mujer rechazara la sabia naturaleza aparentemente pasiva de lo femíneo, absurdamente envidiosa de la prepotente, estúpida y ridícula actividad protagonística de lo masculino. No hay más que ver cómo va el mundo. A mí tal función me parece un honor inconmensurable, en sintonía con la grandeza y la trascendental esencialidad de lo femenino, tanto en la humanidad como en el universo.

¿Habría de lamentarse y protestar el hombre suspicaz algún día porque hasta las palabras masculinidad, virilidad y hombría sean del género femenino? Qué absurdo.




[*] Un buen amigo filósofo me puso ante un reto casi definitivo. Me desafió a encontrar el concepto genérico de 'el Ser', ni más ni menos. Tuve suerte, pues la respuesta apareció enseguida en mi mente: 'la Esencia'.
[1] Ver nota 2.
[**] El artículo femenino la deriva del demostrativo latino illa, que, en un primer estadio de su evolución, dio ela, forma que, ante consonante, tendía a perder la einicial: illa > (e)la + consonante > la; por el contrario, ante vocal, incluso ante vocal átona, la forma ela tendía a perder la a final: illa > el(a) + vocal > el; así, de ela agua > el(a) agua > el agua;de ela arena > el(a) arena > el arena o de ela espada > el(a) espada > el espada. Con el tiempo, esta tendencia solo se mantuvo ante sustantivos que comenzaban por /a/ tónica, y así ha llegado a nuestros días. (Diccionario panhispánico de dudas) (Subr. mío)
[2] Hablaré en otro momento de la posibilidad de que la mentalidad patriarcal sí haya podido influir en la eliminación o sustitución progresiva de términos máximamente abstractos femeninos por otros masculinos de menor nivel, haciendo moda, uso y costumbre de estos y relegando al olvido o a usos literarios, filosóficos y poéticos a aquellos. Tal manipulación sí es posible. Como ejemplo, cf. la actual sustitución de muchos vocablos en catalán que son iguales o semejantes a los castellanos por sinónimos que suenan a más “autónomos”.
[3] Manuel Alvar. “Introducción a la lingüística española” Ed. Ariel. Barcelona, 2.000
[4] “La Caverna Sonora” http://cavernasonora.blogspot.com.es/ (Capítulo todavía no incluido).

por Miguel Ángel Mendo

Reflexiones y ocurrencias sobre el idioma (español).