3/3/12

A favor del punto y coma


Supongo que se habrán fijado ustedes que, desde hace ya unas cuantas décadas, el punto y coma ha venido a estar considerado por los literatos, periodistas, traductores, plumillas de todo tipo, e incluso poetas, como algo demodé, anticuado, rancio. Y se evita. Se evita casi absolutamente.

Yo no sé de dónde viene tanta tirria a este signo de puntuación, pero estoy dispuesto a reivindicarlo. Quizá sea porque lo asociamos a textos antiguos excesivamente académicos, formales, legales, demasiado puntillosos, sensatos o escrupulosos. No sé, es por decir algo que me viene a la cabeza, también a mí. En realidad, me refiero a textos que en mi infancia (donde más podía encontrarlos) sí eran directamente rancio-franquistas: ridículas y pretenciosas enciclopedias escolares, periclitados libros de texto y religiosos, abominables periódicos aleccionadores, paternalistas…

Tal vez también (tratando de desembarazarme de la posible carga emocional que pudiera tener este asunto), contribuya a ese descrédito el hecho de que, desde la propia Academia y desde muy antiguo, se le haya dado a este signo una función híbrida, mitad expresiva – mitad sintáctica. Que ni el punto ni la coma por sí solos tienen.

En lo expresivo, está bastante clara su función, que además me parece útil e importante: “El punto y coma indica una pausa superior a la marcada por la coma e inferior a la señalada por el punto”, dice la norma.

Un ejemplo mío:

“Desde luego que si yo me hubiese negado no me habrían tirado a la piscina, eso por supuesto; pero me dejé.”

No me sirve la coma, porque el hecho “de que yo me hubiese dejado” tiene su importancia y quiero recalcarlo, y con una coma pasaría casi desapercibido. Perdonen la repetición, pero me parece importante verlo escrito:

“Desde luego que si yo me hubiese negado no me habrían tirado a la piscina, eso por supuesto, pero me dejé.”

Yo mismo, hace años, hubiese escrito así esta frase:

“Desde luego que si yo me hubiese negado no me habrían tirado a la piscina, eso por supuesto. Pero me dejé.”

Y hoy no me habría quedado contento, porque queda demasiado tajante, como si la decisión de “dejarme tirar al agua” hubiese sido un gesto importante, crucial. Una separación tan intensa (la del punto) nos lleva a considerar lo que viene después como una idea aparte, nueva, y si, además, lo que se expresa a continuación es breve, resulta excesivamente categórico.

Claro que el punto y seguido (y a veces hasta el punto y aparte) se ha utilizado en la literatura con esas connotaciones, seguramente a propósito. Pero así los personajes (o los narradores, que no dejan de ser también personajes) acaban pareciendo invariable y casi uniformemente duros, rotundos, casi diría pétreos, siempre perfectamente seguros de sí mismos. Lo cual para las novelas de serie negra es estupendo, qué duda cabe. Pero no en todas las novelas tiene que haber rudos y curtidos detectives escépticos, hastiados de la vida.

Muchas veces, los modernos (como lo fui yo), lo escribirán así:

“Desde luego que si yo me hubiese negado no me habrían tirado a la piscina, eso por supuesto. 
Pero me dejé.”

¿No es demasiado pretenciosa esta construcción? Siempre parece todo tan importante que, si no vieses que queda un buen tocho de páginas por detrás (y eso en los nuevos libros electrónicos que se nos avecinan ya no se podrá hacer), continuamente creerías que está a punto de acabarse el libro. O la historia que estamos leyendo. Porque un punto y aparte implica una pausa de mucha reflexión. Casi otro contexto, otro espacio mental, un cambio de dimensión temporal, incluso espacial, dependiendo, claro, de los ritmos internos y de los contextos.

Otra forma de evitar el punto y coma es emplear en su lugar los dos puntos. Que conste que a mí me encantan los dos puntos: es como abrir una leve, a veces levísima expectativa de resolución, de respuesta; una especie de formulación causa-efecto, o incluso a la viceversa: efecto-causa. Y en el habla utilizamos a menudo esa pequeña inflexión explicativa. Pero hay que reconocer que a veces se utiliza en exceso. Si sustituyéramos los dos puntos por un brevísimo e impronunciable “qué”, o “quién”, o “por qué”, o “para qué”, o “cómo”, o “cuándo”, o simplemente un hipotético e imposible signo de este tipo: “¿?” veríamos cuándo es adecuado y cuándo no: por ejemplo (muy extremadamente), los que acabo de poner ahora.

En nuestro ya famoso ejemplo, no caben los dos puntos, creo yo; o, al menos, a mí no me caben. Y sin embargo podríamos perfectamente verlo escrito en muchas novelas:

“Desde luego que si yo me hubiese negado no me habrían tirado a la piscina, eso por supuesto: pero me dejé.”

Lo cierto es que no queda mal, pero el lector está recibiendo algo que no es lo que yo quería expresar. Los dos puntos le dan también un énfasis especial a ese “dejarse”, como si fuese la respuesta o solución a un conflicto o enigma previo, que en realidad se nos presenta como tal enigma a posteriori, es decir a partir de la aparición de los dos puntos. ¿Pero había tal enigma, o conflicto? ¿Hace falta hacerse algún tipo de cábala o cuestionamiento, tipo “¿?” Indudablemente, en el ejemplo que yo estoy usando, no. El personaje está encantado de que la chica que adora y sus amigas le empujen al agua.

Añadido a esta dificultad [1] o resistencia a colocar en el texto pausas intermedias (que tanta riqueza aportan a la fidelidad en la expresión escrita de las conversaciones, por ejemplo) existe, como dije, un problema añadido, y es que a este signo del punto y coma se le hace cargar también con otra tarea que no funciona tan bien expresivamente, es decir, que contradice o, al menos, no concuerda con la norma anterior, la de la pausa. Me refiero a su uso estipulado, y a mi entender un tanto forzado desde el punto de vista estrictamente literario, como separador “de enumeraciones de elementos que no sean de la misma especie.” O sea, a la función sintáctica a la que me refería antes.

Ejemplo (sacado de una página de ejercicios sobre reglas de ortografía) [2]:
“La maleta es marrón; el cuaderno, blanco; el borrador, verde; y la pluma, negra.”

¿No produce tanto punto y coma una lectura rígida, colegial, falsa?

O, yendo aún más lejos, planteémonos esta otra norma de uso, de las que yo llamo sintácticas, pero que se sigue considerando como la principal: Se debe utilizar el punto y coma “para enmarcar los fragmentos de la oración cuando ya se usan comas para un nivel inferior.”

Voy a ilustrarlo con otro ejemplo propio, para poder expresar con mayor conocimiento de causa las alternativas y las dificultades que me surgieron. (Antecedentes para entender la frase: Acaban de tirar a la piscina, muy cerca de donde flota el protagonista, a la chica que a él le gusta.)

“Notó cómo la piel de su vientre se deslizaba fugazmente entre sus dedos, sintió el blando impacto de sus preciosos pechos contra su tórax, vio pasar ante él, pegado a él, su rostro, su aliento, sus ojos cerrados, creyó sentir, acariciando sus mejillas, el roce de sus fragantes cabellos rubios…”

Teóricamente, legalmente, clásicamente, aquí habría que sustituir tres específicas comas por sus correspondientes puntos y comas. Pero entonces, atendiendo a la petición de esa pausa intermedia que propone el punto y coma, se corta el ritmo, se rompe la emoción del momento, hay una especie de “traqueteo” de sensaciones que interrumpe la necesaria fluidez de las percepciones del protagonista. Veámoslo:

“Notó cómo la piel de su vientre se deslizaba fugazmente entre sus dedos; sintió el blando impacto de sus preciosos pechos contra su tórax; vio pasar ante él, pegado a él, su rostro, su aliento, sus ojos cerrados; creyó sentir, acariciando sus mejillas, el roce de sus fragantes cabellos rubios…

Este es el problema: o somos didácticos, formalistas, sintácticamente rigurosos y nos atenemos a la norma para que el lector no se pierda al leer, o buscamos la expresividad, la naturalidad, el valor emocional del mensaje. Escritura clara, sin equívocos, frente a escritura expresiva. Porque ambas cosas son, muchas veces, incompatibles. O sea, como en el chiste: ¿Estamos a setas o estamos a Rolex?

Pero es que, si lo analizamos un poco, la dicotomía anterior en realidad no es tal. Prácticamente no existe ya. Recordemos que hace sólo unas cuantas décadas había tantos analfabetos que los libros, los periódicos y incluso las cartas se las tenía que leer en voz alta al o a los interesados el raro privilegiado que sabía leer. Y éste habitualmente con muchas dificultades también. El lector, todo lector (salvo un pequeño porcentaje de ilustrados) se trababa con mucha más facilidad al leer, y lo que tenía escrito ante sus ojos debía estar redactado de forma muy clara, sin ambigüedades formales ni raros estilismos. Ocurre como con la imagen fílmica: en la actualidad no necesitamos la pesada y rígida articulación secuencial que antes era necesaria. Ahora en los veinte o treinta segundos que dura un anuncio de televisión nos han contado una historia que a mediados del siglo pasado hubiera requerido al menos cinco minutos.

Ahora casi todos podemos leer libros (otra cosa es que exista o se promueva el interés por hacerlo), y aunque es cierto que hay un alto porcentaje de analfabetos funcionales, el que lee habitualmente sabe leer con muchísima más destreza. Y, sabiéndolo, el escritor es mucho más atrevido, mucho más plástico, más experimental en su búsqueda artística de nuevos modos de expresión formal. Es por eso por lo que yo creo que la función académica y didáctica del punto y coma no tiene ya mucho sentido.

Pero la expresiva sí.

___________________________
[1] Miguel A. Román, en su magnífico artículo “Réquiem por un punto y coma”, afirma que se evita por desconocimiento de sus usos, pero, aunque en parte tenga razón, no creo que éste sea el más importante argumento. Hay muy buenos escritores que no lo utilizan jamás. Cf.: http://librodenotas.com/romanpaladino/9542/requiem-por-un-punto-y-coma
[2] http://www.reglasdeortografia.com/puntoycoma01.php

8 comentarios:

  1. Anónimo3:56 p. m.

    Después de leer esta entrada suya, no puedo evitar recomendarle encarecidamente el libro:

    "Estilística (teoría de la puntuación, ciencia del estilo lógico), del autor Mario Linares.

    Este libro está descatalogado, y sólo podría encontrarse en librerías de segunda mano.

    Mario Linares despliega unos análisis muy parecidos a los que usted realiza en esta entrada del blog. De hecho, proclama el (;) como el signo de puntuación que indica la mayoría de edad en un redactor-escritor.

    La clave de su análisis se basa en definir el concepto 'ámbito' (parte de un escrito comprendido entre dos signos de puntuación, entendiendo el principio de un escrito como cabecera de un ámbito) y el concepto de 'distancia', que resulta de comparar un ámbito con el precedente, y del que se deduce el signo de puntuación a utilizar.

    Teniendo en cuenta todo lo que se menciona en este libro del que le vengo hablando y lo poco que hay en el diccionario de la RAE, parece que queda clara la tesis del autor: falta investigar mucho más en este asunto de la puntuación.

    Considero que no volver a publicar el libro de Mario Linares junto al hecho de que nadie ‘importante’ se hiciera eco de él, ha sido un tremendo error.

    Saludos.

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  2. Muy interesante el planteamiento de su análisis, así a primera vista. Buscaré el libro de Mario Linares. Y estoy de acuerdo en que se ha avanzado poco en el estudio de la puntuación, a pesar de que yo me considero un aficionado y no estoy al tanto de los trabajos de la gente 'importante', como entrecomilla usted con acierto. Gracias por el interés y por la recomendación.
    Un saludo.

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  3. En todo buen relato hay un tiempo musical. El (;) hace al ritmo del relato dentro de su movimiento sinfónico. La alegoría al pentagrama ilustra el contenido de mi reflexión.

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  4. Alfonso Chíncaro5:50 a. m.

    Gracias por el artículo. No soy un experto leyendo (me refiero a la sensibilidad; sí sé leer), pero en los últimos días se me ha quedado en la cabeza la idea de que la ausencia del punto y coma en la mayoría de textos que se producen hoy no es un progreso, sino un retroceso.

    Aparte de hablar a favor del punto y coma, lo que me queda de tu artículo es una idea bastante clara de sus fuerzas y debilidades para expresar algo más que el texto.

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  5. Juan José García Montesinos12:38 p. m.

    El punto y coma entre otros “simbolillos” lingüísticos.

    Buenas tardes, soy el agraviado punto y coma.

    Lamento decir que mi espacio en los teclados siempre está impoluto, y casi siempre atelarañado pero cristalino en su más profundo ser, lo que me ha producido un estado semidepresivo.

    Nadie me defiende ni me aprecia, estoy en desuso y, como me descuide, abocado a la desaparición.

    He tenido un rato de charla con quien esto escribe para ver qué puede decir en mi defensa, o si es que realmente soy inservible.

    Bien, no te preocupes, punto y coma, muchos te estimamos.

    No creo que debiera ser preciso defenderte pero parece ser que sí, debería ser supuestamente innecesario, pero deviene necesario ante pobres pero extendidas, infundadas y destructivas críticas paradialécticas.

    ¿Cómo resolveríamos si no fuera por esta herramienta -perdona que me refiera a ti de este modo- una pausa concatenada en un razonamiento de modo que no se altere la concentración respecto a la esencia de lo expuesto?.

    Veamos algunas opciones proporcionadas por tus teclas vecinas, esos simbolillos algo más usados:

    ¿Con un punto y seguido? … no, se puede cortar el embrujo.
    ¿Con una coma? … tampoco, puede llegar a ser conceptualmente asfixiante y no conseguir la suficiente pausa deseada.
    ¿Con un comentario entreguionado? (permíteme este exceso) … tampoco, generalmente no es tu objetivo, no es el objetivo del punto y coma, tú no permites la lectura continua con exclusión de lo enmarcado.

    Entonces … ¿para un suave inciso? ¿para un tempo preciso?

    Pues eso, … una pausa … un suspiro … un espera que sigo … un punto y coma, … o unos sucesivos punto y coma de resultar procedente.

    ¿Ves como sí eres útil aunque algo incomprendido?

    Un ; y Juan José García Montesinos, en Rincón de la Victoria, a 28 de Septiembre de 2014.

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    1. Magnífica y sensible explicación. Gracias.

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por Miguel Ángel Mendo

Reflexiones y ocurrencias sobre el idioma (español).