4/11/25

Amagado


 

 “La amenaza es más fuerte que su ejecución” (Aron Nimzowitsch, campeón de ajedrez)

Es un lujo que en castellano exista un verbo muy antiguo (y aún tan vivo) para expresar de manera clara y sintética el hecho de  “...levantar el braço con ademán de querer descargar golpe para herir y no ponerlo en execución”, según explica el Diccionario de Covarrubias de 1611. O sea, el verbo amagar, que, según él mismo, procede eltimológicamente del latín manu agere: mover la mano. Y me llama la atención con ese exacto significado, porque ya sé que amagar también tiene otras acepciones, que seguramente son derivaciones de esta. En catalán, por ejemplo, significa “esconder”, desde siempre. Y, por supuesto, “amagar con...”, en castellano, quiere decir “hacer ademán de...”, “amenazar con...” pudiendo unirse a cualquier verbo imaginable, lo que al final es una actitud o un gesto tan universal y tan básico que seguro que la mayoría de las lenguas tienen una palabra, o más, para ello. 

Adonde quiero llegar es a la palabra ‘amagado-a’, el participio de amagar, que define al ser (persona o animal) que está sufriendo un amago. Esto es lo que más me impresiona. Que exista un idioma que cuenta con un vocablo por todos conocido capaz de nombrar el estado del que está amagado.    

Porque sí, estrictamente, el estado de amagado es, en efecto, el de quien se siente amenazado, pero amenazado de un modo muy concreto: con la necesidad de protegerse de un golpe que se le está viniendo encima. Tiene, es verdad, un paralelismo con amenazado, la gran diferencia es de cariz emocional: el golpe, en este caso, no solo es inminente, sino aparentemente inexorable, y el miedo está muy presente. Hay que protegerse YA. Es el estado del que casi está sintiendo el golpe por adelantado, sin necesidad de que llegue a descargarse. Un “sí pero no”, y un “no pero sí” un tanto angustioso que mantiene a la víctima en vilo, humillado y sin poder acabar de recomponerse, con la bofetada rondando sobre su cabeza como un moscardón. 

La gran diferencia entre amenazado y amagado es que este último tiene unas connotaciones mucho más tristes de infamia, de ultraje, de sometimiento. Algo muy en consonancia con la inconfundible y picaresca impotencia nacional.

Yo creo que esta es la palabra que mejor y con más ironía puede expresar cómo es el específico sentimiento de miedo al que nos tiene sometidos el sistema. Dicho en castizo: cada día estamos más amagados


13/7/25

Velahí

 


Hay  obviedades tan obvias que uno no las percibe. Por ejemplo, que los ‘sombreros’ se llaman así porque dan sombra, o que un ‘caldo’ se debe servir y tomar siempre caliente porque la propia palabra lo dice: caldeado, cálido, y si podemos llamar así a los vinos es porque en Roma el vino se tomaba caliente. Es también muy evidente que ‘puerto’ es el masculino de puerta, y es, en efecto, una puerta de entrada desde el mar, o una puerta de paso en la montaña. Y seguro que igualmente nos asombra comprobar que ‘ventana’ tiene absolutamente todo que ver con viento (incluso en inglés: wind-ow, antiguamente «ojo de viento») porque, como es sabido, no siempre las ventanas han tenido cristales. Hay muchísimos ejemplos de estas preciosas obviedades.

Quizá una mucho menos conocida, y menos reconocible, sea la traducción que propongo de la expresión francesa voilà, le voilà o la voilà, exclamaciones muy utilizadas en el país vecino, muy populares y de muy difícil traslación, porque se adaptan a muchas expresiones españolas y al mismo tiempo a ninguna de modo fijo: ahí está, esto es, ahí va, ahí lo tienes, he aquí... No es tan fácil adivinar cuál sería la más exacta expresión correspondiente en español, que sin embargo, si traducimos literalmente, aparece de inmediato: ‘velahí’. 

Velahí es una palabra que es seguro que los más jóvenes desconocen, pero yo la he oído (de niño) muchas veces, porque la utilizaban, también de forma corriente, mis tíos mayores y mis abuelos, todos extremeños. ‘Velahí’ es una contracción de ‘velo ahí’, que es literalmente lo mismo que dicen los franceses (vois là) y que también puede tener matices muy diversos.  El Diccionario de la Real Academia la define tan solo como una interjección poco usada «para dar por cierto o asegurar lo que se dice, a veces con resignación o indiferencia», una especie de «ahí lo tienes», y para ese uso está muy bien descrita. Pero igualmente, como en francés, la podría utilizar uno mismo para dar albricias porque por fin ha encontrado lo que buscaba, un centenario prestidigitador en el momento culminante de sus números de magia, o alguien para señalarte algo que tienes delante de las narices... Incluso, ya puestos, me encantaría verla escrita al final de las demostraciones matemáticas en los colegios, universidades o incluso en las más notables academias de ciencias, para indicar en un teorema que se ha llegado a la conclusión deseada, en lugar de la abreviatura q.e.d. del latinajo quod erat demostrandum (como queríamos demostrar). 

Por ejemplo, algo así como: «Velahí: queda demostrado que la suma de dos números pares siempre es par». ¿No sería estupendo? Sí, sí, tengo que proponer esta idea a la revista científica «Acta Mathematica». ¡Qué tanto inglés ni tanto inglés!


por Miguel Ángel Mendo

Reflexiones y ocurrencias sobre el idioma (español).