Más bien habría que buscar las leyes lógicas que sin duda rigen de modo autónomo los fundamentos de una estructura tan
profundamente anclada en nuestro funcionamiento pensante, tan compleja, y en el
fondo tan difícil de manipular como es la lengua.
Así, yendo a la cuestión, me atrevo a plantear que quizá la tan
discutida norma de que en español, “en los sustantivos que designan seres
animados, el masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los
individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a
todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos” , puede que tenga su razón
de ser dentro de la estructura interna de nuestra lengua, más allá de la
influencia o imposición de una lógica, una moral y una estética patriarcal que,
indudablemente, han existido y aún existen en nuestra sociedad, pero en todo caso incapaz de alterar de un modo tan radical cualquiera de sus fundamentos estructurales.
Veámoslo.
Y el tema del género, en nuestra lengua, pertenece a esa categoría de elemento sistémico fundamental. Tomo cualquier noticia del diario El País de hoy (“La reforma sanitaria
de Obama llega al Tribunal Supremo”), y extraigo un fragmento al azar: “El
sistema propuesto por Obama descansa en el principio de que los sanos comparten gastos con los enfermos ante la probabilidad
altísima de que los primeros también
necesitarán algún día asistencia sanitaria.” Está claro que sería
totalmente inoperante, farragoso, absurdo, y sobre todo impracticable, tener que definir los géneros de todos los términos actuantes en un
nivel de abstracción en el que todavía no se necesita particularizar.
Lo femenino como
categoría de lo arquetípico
Es evidente que al hablar, en nuestro cerebro se establecen
oposiciones significativas en diferentes grados de abstracción. Mi hipótesis es que en un nivel de abstracción
superior a aquel en que se produce la necesidad de diferenciación de identidad
sexual, en un plano de significación más allá del uso de los sujetos
particulares, e incluso de la acción, está dispuesto desde tiempos
inmemoriales que aquello que corresponde al establecimiento de la máxima categoría,
al concepto global, tendría el género femenino como norma, en tanto que lo
particular, lo concreto, lo específico (el espécimen) de cualquiera de
estas categorías se expresaría de forma aún indefinida en género masculino.
Algo así como la distinción que podríamos percibir entre la geometría/el círculo, la pintura/el trazo, la
acción/el hecho.
No sé si esta ley (que planteo como hipótesis) puede ser
aplicada a otros idiomas, o incluso, en sus orígenes, al lenguaje hablado en
general (el problema me supera y me produce vértigo), pero en español se puede
observar en un altamente significativo número de casos. Es muy visible con
respecto al femenino como asunción de la categoría abstracta superior.
Incluye prácticamente todas las Ciencias clásicas y
no tan clásicas, así como sus múltiples ramas: la física (la mecánica, la
termodinámica, la f. cuántica, la astronomía…), la biología (la citología, la
histología, la anatomía, la bioquímica, la fisiología…), la filosofía (la
lógica, la ética, la estética, la metafísica…), la retórica, la geografía, la
matemática, la química, la medicina, la geología, la antropología, la economía…
Hasta las más modernas: la numismática, la egiptología, la estadística, la
epistemología, la genética, la informática… Y entre ellas, sin excepción,
aquellas conformadas por sufijos del tipo: -METRÍA,
-LOGÍA, -GRAFÍA, -LATRÍA, -TROPÍA, -SOFÍA, -NOMÍA…
Las Artes: la poesía o la poética, la música, la
pintura, la arquitectura, la literatura, la escultura, la dramática o dramaturgia
(el teatro es el lugar donde se desarrolla), la retórica, la fotografía, la
cinematografía…
Instituciones políticas y sociales: la
administración, la organización, la educación (la instrucción, la enseñanza, la
tutoría, la didáctica, la pedagogía, la docencia, la divulgación…), la cultura,
la sanidad, la universidad, la banca, la religión, la legislación, la
judicatura, la policía, la milicia…
Formas de gobierno: la aristocracia, la monarquía, la
república, la teocracia, la tiranía, la anarquía, la oligarquía, la democracia…
Emociones humanas, categorías de estados, de cualidades
y sentimientos arquetípicos, de potencialidades…, (incluidos los
clásicos pecados y las virtudes: la envidia, la lujuria, la ira… la prudencia,
la justicia, la templanza…), la tristeza, la paciencia, la angustia, la
esperanza, la melancolía, la fe, la vergüenza, la disciplina, la apatía, la
serenidad, la camaradería…, conceptos globalizadores conformados por:
· Los más de 1.700 términos diversísimos acabados
en -ÍA o en -IA y relacionados con todo tipo de sustantivos y adjetivos: la
villanía, la falacia, la miseria, la poligamia, la enciclopedia, la comedia, la
alegría, nombres de territorios y países: Galicia, Iberia, Alemania,
Hungría, Eslovaquia… Desglosándolos, se incluyen en esta lista todos los acabados
en -ICIA (nombres abstractos
y de cualidad o de acción): la pericia, la codicia, la estulticia;
más los que dan idea de colectivo acabados en -LIA : la familia, la Biblia (conjunto de libros), la filatelia…; más
los 721 terminados en -ERÍA, formante
de nombres abstractos de abundancia, cualidad, conjunto o lugar
donde está, se hace o se vende: la palabrería, la galantería, la conserjería… y
los establecimientos públicos: la zapatería, la carpintería, la
cafetería…); más los que llevan el sufijo -NCIA
(532) para formar nombres de acción o de actitud: la abstinencia,
la agencia, la anuencia, la benevolencia, la docencia, la elegancia, la
apariencia, la insolencia, la procedencia, la violencia, la distancia…, cargo
o dignidad: la presidencia, la regencia…, o nombres de cualidad:
la prudencia, la correspondencia, la vivencia…; o acabados en -ANZA (127): la confianza, la
enseñanza..., o de conjunto: la mezcolanza.
· Los más de 1.000 acabados en -AD, para categorización de nombres
y adjetivos: la normalidad, la ebriedad, la amistad, la bondad y la maldad,
la verdad… la dificultad, la libertad, la potestad…
· Los más de 400 acabados en -EZ o en -EZA: la absurdez, la rigidez, la grandeza… (genéricos
de adjetivos)
· Los numerosísimos
nombres de acción (es decir, en relación con la categorización de verbos),
terminados en el sufijo -IÓN
(2.600): la cicatrización, la consolidación, la alimentación, la penalización, la
composición, la estabilización… Entre ellos los términos de dignidad o cargo,
designando impersonalmente a quienes los desempeñan: la inspección, la representación,
la dirección, la legación, o lugar donde se realiza determinada
actividad: la fundición…
· Más de 800 términos acabados en -URA con el que se forman artes,
actividades prototípicas, formas organizativas, cualidades:
la pintura, la agricultura, la hermosura, la estructura…; nombres genéricos
de cosa hecha: la confitura; o de utilidad… la abreviatura, la
envoltura…; globales de verbos: la andadura, la añadidura, la hechura…, nombres
de efecto, de utensilio, de residuos, o de verbos
hipotéticos: la metedura, la barredura, la botonadura.
· Terminados en -ADA : sufijo de más de 1.000 nombres autónomos (no participios) de
categorización de nombres de abundancia o de contenido con plenitud:
la cucharada, la panzada, la riada. A veces, con significado despectivo: la alcaldada, la judiada, la trastada. Nombres con la idea de conjunto, composición
o ampliación: la vacada, la llamarada. De comida genérica: la ensalada,
la fritada, la limonada. De periodo: la temporada, la otoñada, la
invernada.
· -MENTA
o -MIENTA: nombres que designan conjunto
o clase: la vestimenta, la cornamenta, la impedimenta, la herramienta…
· Acabados en -DURÍA,
nombres de acción, de lugar en que se hace, de empleo...:
la pagaduría, la teneduría, la curtiduría, la freiduría...
· -INA :
nombres de relación: la marina, la rutina, la disciplina (de
discípulo)..., o que equivalen a serialidad: la cachetina, la azotaina,
la degollina...; o de insistencia o intensidad: la regañina, la corajina…
· Los nombres del lugar en que existe,
se produce o se guarda la cosa expresada por el nombre primitivo,
terminados en -ERA : la cantera, la
escollera, la almagrera, la calera, la carbonera, la lechera, y nombres de
conjunto: la sesera. (Estos, aunque tienen un más bajo
nivel de categorización, son referencias de globalidad en su ámbito de concreción.)
Esto es sólo ateniéndonos a la formación de sustantivos femeninos mediante los sufijos que hemos visto y otros que aún no he rastreado. Pero hay toda una inmensa nube de términos dispersa a lo largo y ancho del diccionario que poseen ese grado de abstracción y que no necesitan este tipo de desinencias adaptativas: la fe, la luz, la guerra, la paz, la vida, la muerte, la salud, la calma, la fuerza...
En fin, sería interminable. Pero todas ellas con esa
característica común de constituir globalidades, estamentos, ámbitos, estados,
elementos contenedores, amplificados o seriados, y de forma abstracta,
impersonal, no particularizada.
Como muestra significativa, reforzadora de esta hipótesis, el
DUE , el prestigioso
diccionario María Moliner, para clasificar las entradas y, en su versión
digital, para las búsquedas avanzadas, utiliza siete grandes categorías, con
sus diferentes subcategorías: etimología, geografía, especialidad, categoría
gramatical, registro y valoración y otras categorías. La categoría
"especialidad", es decir, el inventario de referencias que indican a
qué ámbito de la actividad humana o de los saberes pertenece cada palabra (si
cabe ser incluida en alguna de ellas) y que aparecen señaladas al principio de
la definición con sus correspondientes abreviaturas, contiene exactamente este
listado:
aeronáutica, agricultura, apicultura, arquitectura, artes gráficas,
astrología, biología (biología, botánica, zoología), cantería, carpintería,
caza (caza, cetrería), cinematografía, construcción, deportes (equitación,
esgrima), derecho, dibujo, economía, escultura, farmacia, filosofía, física (astronomía,
electricidad/electrónica, óptica), fortificación, fotografía, geología
(geología, mineralogía), heráldica, informática, lingüística
(fonética/fonología, gramática), literatura (literatura, métrica), lógica,
marina, matemáticas (matemáticas, geometría), medicina (anatomía, cirugía,
fisiología, psicología/psiquiatría), metalurgia, meteorología, milicia
(milicia, artillería), minería, mitología, música, pintura, química,
radiodifusión, tauromaquia, televisión, teología, topografía, veterinaria.
Pues
bien, excepto tres (deportes, derecho y dibujo), las 63 categorías restantes son
del género femenino. Deportes es un mero listado de competiciones deportivas
(supongo que hubo académicos que practicaban apasionadamente equitación y esgrima), sin significar una real
conceptualización. Y en realidad derecho podría o debería quizá ser sustituido
por justicia, jurisprudencia o legislación. Y dibujo por gráfica o ilustración,
que son más genéricas.
Lo masculino como agente y oficiante
Así, sostengo que se trata de una ley pre-gramatical tan netamente establecida en nuestra estructura lingüística y oratoria que si tuviéramos que inventar el nombre abstracto referido a la desconocida (e inexistente) acción de ‘somilar’, por ejemplo (verbo inventado), o a ‘el somilo’ y ‘la somila’ como nombres propios, o a ‘somil’ como adjetivo, diríamos seguramente la somilación (acto), y la somilatura (actividad), la somilez (cualidad), la somilancia o somilanza (efecto), la somilía o la somilidad (cualidad, esencia) o la somiladuría (lugar de actividad), la somilada (de abundancia o de temporada) o la somilera (almacén o recipiente).
Aquí viene la parte espinosa. Porque se puede argüir que también disponemos de formas de conceptualización en masculino: el somilamiento, el somilor, y en un grado mucho menos relevante, el somilado (dignidad o jurisdición), el somilio (lugar de ejercicio), el somilaje (de ponderación y acumulación)…
Lo que sucede es que los nombres de acción en masculino, fundamentalmente los que terminan en -MIENTO (más de 1.200), más que expresar un concepto genérico, fijo y permanente, global e inalcanzable (como sucede con los términos femeninos), representan un proceso, es decir, la expresión pura de la actividad que indica el verbo del que proceden. Están en un nivel de abstracción más próximo al de la acción, impregnados de su dinamismo en razón de su mayor cercanía al momento en que transcurre el hecho o el suceso que se cuenta. Para mí son una especie de “cristalización” o representación nominal del gerundio.
Se percibe muy bien esta diferencia cuando estudiamos casos en que disponemos de las dos variantes, la masculina y la femenina. Por ejemplo:
el poblamiento – la población
El poblamiento es la acción de poblar un lugar específico, mientras que la población es el acto genérico de poblar, en abstracto, aunque después haya derivado también a significar lugar ya poblado, en todo caso lejano ya en el tiempo a la acción, o mejor dicho, independiente de ella.
el recibimiento – la recepción
Aquí sucede algo semejante. El primero hace referencia a un proceso, en cambio la segunda es ya un concepto puro, que más modernamente, como sustantivo más terrenal, significa una acción acabada (una vez que se haya recibido lo que sea), o una dependencia, o una ceremonia, o una fiesta de etiqueta.
el profanamiento – la profanación
Ídem. Profanamiento es el acto, profanación la noción en toda su potencia. Hay en la segunda una mayor abstracción.
Donde más claramente se comprueba es en:
el (a)justiciamiento – la justicia
Justiciamiento y justiciar son términos antiguos que todavía se usan en Latinoamérica.
¿Pero qué decir de otros lemas aparentemente autónomos y sin formas categóricas superiores que aparecen en masculino, como por ejemplo el pensamiento? No tenemos en castellano una palabra femenina para el concepto prototípico contenedor del ‘pensar’. Así y todo, ‘el pensamiento’, aunque también se utilice corrientemente como representación autónoma e impersonal de la idea, (como en “el pensamiento occidental”), mantiene en su sonido las características subjetivas y contingentes, las connotaciones de dinamismo que evoca el sufijo -miento. El francés sí tiene ese nombre abstracto femenino (la pensée), y rebuscando, he encontrado que en sefardí ‘el pensamiento’ se dice la pensada: “Sus ovras orientaron la evolusion de la pensada en el Oksidente” (hablando de Avisena, Farabi, Averroes y otros filósofos) . Luego, es más que probable que en castellano antiguo se utilizase también la pensada, aunque no sabemos por qué ha desaparecido.
(continúa en la entrada siguiente)