18/5/09

Gracias, muchas gracias


La corrupción del idioma no siempre es inocente y gratuita. Ni banal, ni puramente ignorante. Se pervierte el lenguaje como se fuerzan y se doblegan las voluntades, aplicando un cierto grado de violencia sobre las personas o para con el aire que respiramos (terreno donde se asienta y vive el idioma), que también es parte de nuestra persona, aunque sea en forma de persona colectiva —y quizás por eso duela de otra manera, pero no menos intensamente.

Estos pensamientos tan heridos han sido generados a partir de un mensaje para masas que escuché hace unos días en un andén del Metro de Madrid. Y que luego he escuchado muchas veces más. Forma parte de una campaña anti-tabaco, por lo cual sueltan estos consejitos todos los días más o menos cada cinco minutos. Y lo hacen desde las alturas, impersonalmente, sin pedir permiso, imponiendo sus términos. “Metro de Madrid les recuerda que está prohibido fumar dentro de sus instalaciones... (etc.) En beneficio de todos, gracias por su colaboración.”
Parecerá mentira, pero es justamente por el uso de ese ‘gracias’ por lo que me siento indignado, y no por otra cosa. Téngase en cuenta que no fumo, y que, sin embargo, considero que, como dice un sabio amigo mío, “contamina más la intransigencia que una fábrica de celulosa.”
Pero es que se está utilizando una fórmula de gratitud, de reconocimiento y de estimación como forma de imposición, como exigencia, como deuda. Aunque, claro, de un modo hipócritamente disfrazado de benevolencia y favor, que es lo que, hasta el día de hoy al menos, connota y denota la palabra ‘gracias’. Se está confundiendo ex -profeso la idea de dar (las gracias) con la de pedir (nuestra colaboración), cosas tan diferentes que son hasta opuestas.
La cosa no ha comenzado aquí. Ya empezó a tensarse la cuerda cuando graciosamente (nunca mejor dicho) se comenzó a agradecer las cosas por adelantado. El “gracias por no fumar” fue una expresión simpática y desenvuelta que dejó su huella en las posteriores deformaciones. Tenía su chispa y su retórica ladina ese retruécano que jugaba con los tiempos un tanto torticeramente para obligar al personal a ser amable antes de que pudiera o no serlo. Curiosa contradicción, simpática, ya digo. Es, desde luego, la típica frase del que sabe salirse con la suya en todas las cocasiones, y cuya zafiedad queda al descubierto observándola en un ejemplo más claro: un individuo se apresura a quitarle el asiento a otro (en el mismo Metro, por qué no), diciendo: “Gracias por cederme el asiento”. Así es el asunto de cínico, sea o no divertido el tono en que se diga o el objetivo que persiga.
Como dije, estos son los antecedentes chuscos, más o menos infantiles o literarios, con la tolerancia que la creatividad siempre merece. Pero que la tal broma llegue a ser convertida en serio lenguaje oficial, formal, conminatorio, ya eso no tiene ninguna gracia, digo.
Aglaya, Thalía y Euphrosine, las tres Gracias, “jóvenes doncellas, porque la memoria del beneficio recebido por ningún tiempo se ha de envejecer” (Covarrubias), han sido baratamente solicitadas, usadas y manoseadas sin ningún respeto, como si en campaña electoral estuviésemos permanentemente, y todo valiera.
La realidad es que con esta amable y fundamental [1] expresión de ‘gracias’, en el sentido original de “gracias te sean dadas (por el favor que me haces)” ya viene jugándose recientemente pero hace algún tiempo, sin caer en la cuenta de que la lengua no es algo tan tan maleable y que puede llegar a suceder que en lugar de gratitud acabe significando todo lo contrario, es decir, inquina.
“Gracias por su presencia en nuestro programa, señor Pérez”, dice el presentador de radio y televisión cuando quiere deshacerse de alguno de sus invitados, o sea, que se largue del plató. Y el público aplaude y todos entendemos que es una despedida, aunque de hecho no le hayan despedido, porque esa parte está “elidida” (como en el lenguaje), o sea, se da por supuesta, que no queda bonito decirle al señor Pérez, hale, ya puede irse, y (ahora sí), gracias por haber venido. Y si el tal Pérez persiste, se hace el pelma y no acaba de terminar nunca su discurso, el presentador le conminará repitiendo: “¡Gracias, muchas gracias, señor Pérez! ¡Muchas gracias, de veras!”, de manera aún más agresiva, para que se largue de una puñetera vez, antes de avisar a los agentes de seguridad.
Esta es la nueva filosofía con respecto al trato del poder para con las masas: todo está muy bien y ustedes son muy guapos y muy inteligentes y muy amables y muy colaboradores, y nosotros estamos a su servicio, y por eso: “Les damos la gracias de antemano, pues van a hacer ustedes todo lo que les pidamos”. ¿No son estas las palabras de un hipnotizador?

[1] Escohotado sostiene, por ejemplo, que la posibilidad de que un pueblo disfrute de un cierto grado de civilización se fundamenta en el uso del ‘por favor’ y el ‘gracias’.

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